¿Por que no lo puedo matar? Si de todas maneras vamos a morir” Mary Flora Bell
Autor: Salvador García Jiménez
Catedrático de Lengua y Literatura y académico numerario de la Real Academia Alfonso X El Sabio
Entre los asesinos en serie españoles, la historia de Enriqueta Martí el "Monstruo de Barcelona" ocupa un lugar preferente con una biografía que parece el argumento de una película de terror.
Con la historia de Enriqueta Martí, sucedida realmente en la Barcelona de 1912, se podría componer un guión gore del cine más rabiosamente actual. Entre todos los ejemplares de nuestra fauna, ella destaca por ocupar con su biografía de leyenda una columna en la enciclopedia de los asesinos en serie. De los sobrenombres que le dedicaron (mala dona, bruja, sacamantecas, celestina...), se ha perpetuado con mayor fama el de vampira: La vampira del Raval, La vampira de Barcelona o La vampira del carrer Ponent.
Todo se inició con la misteriosa desaparición de la niña Teresita Guitart durante el anochecer del 10 de febrero de 1912 en la calle de San Vicente. El misterio se prolongaría por espacio de más de quince días. Caminaba de la mano de su madre cuando, en el momento en que se detuvo ésta para hablar con una conocida, la niña se alejó, siendo infructuosas las pesquisas que se realizaron para dar con su paradero. Se ofreció hasta un premio en metálico a la persona que llegase a averiguar el lugar donde la pobre criatura había ido a parar. No pocos la daban ya por muerta. Por fin, un martes se desvaneció el misterio que rodeaba la extraña desaparición.
En el piso de la calle de Poniente, número 29, vivía Enriqueta Martí en compañía de su padre, anciano de ochenta años, y de la niña de cinco años que había raptado. Su solitaria existencia era bastante sospechosa para la vecindad: ni se trataba con nadie, ni recibía visitas. Cuando salía por las mañanas iba astrosa, mugrienta, como una mendiga de la peor laya; y por las tardes, vestida de seda, con plumas en el sombrero. Un sábado, la vecina de su piso vio en el balcón de Enriqueta a una niña desconocida que jugaba con su supuesta hija y, como aquella noche y al día siguiente la oyese llorar, aprovechó la primera ocasión que se le presentó para preguntarle a Enriqueta quién era la cría. Tras dudar de la veracidad de las respuestas, su denuncia a la policía ayudó a descubrir a Teresita Guitart.
El aspecto casi ridículo que iba tomando el asunto comenzaba a fatigar a la opinión pública. La familia de Teresita Guitart había batido el récord de celebridad, llevando a su hija a todas partes como mono de feria: Anoche se dio en el teatro Tivoli una función a beneficio de Teresita, y, al presentarse en un palco, fue aplaudida; se exhibió después con su padre en el escenario y recorrió palcos y butacas recogiendo donativos.
La otra niña rescatada, Angelita, afirmó haber visto cómo mamá (así llamaba a Enriqueta, que se hacía pasar por su madre) había matado con un cuchillo a un niño de cinco años, llamado Pepito, en la mesa del comedor, como si Hansel y Gretel hubiesen tomado carne de realidad en este viejo folletín: Enriqueta convirtió la mesa del comedor en un matadero donde perdieron la vida sus inocentes víctimas. Si la secuestradora hubiese vivido en tiempos más remotos, hubiera tenido, sin duda, un amante a quien querría más que a Baquer: Herodes [Salvador Baquer, amante de Enriqueta Martí].
A partir de la puesta en prisión de la secuestradora de niños, Barelona iba a destapar uno de los episodios más macabros de su historia, tres años después de la sangre derramada en la represión de la Semana Trágica. Enriqueta Martí robaba niños en los mercados para prostituirlos y después los mataba para elaborar con su sangre mantecas y tuétanos, pócimas que compraban los burgueses para curarse de la tuberculosis (ella misma consumía sangre fresca en la creencia de que era fuente de eterna juventud).
Ni qué decir tiene que la fantasía del pueblo trabaja de firme y que los detalles en apariencia más insignificantes se convierten, al pasar por los labios de la gente, en otras tantas pruebas terroríficas, que adaptan maravillosamente las formas más extrañas y caprichosas.
La única verdad comprobada es prosaica: Enriqueta Martí (San Feliu de Llobregat, 1898 – Barcelona, 1913) ejerció la prostitución siendo adolescente, regentó un burdel, fue curandera, estuvo procesada por corrupción de menores y se casó con Juan Pujaló, pintor bohemio y herbolario. Éste decía que una vez, viendo una alcachofa, se le ocurrió pintarla, y entonces comprendió que tenía un artista dentro. Uno de los testigos del juicio que declaró en el proceso de Enriqueta Martí contaba que le trajo un día un cuadro de flores que daba miedo: Quería encajármelo a toda costa. Según la crónica negra que se iba forjando, ella asesinaba en el barcelonés barrio del Raval: secuestraba niños y bebés para matarlos y elaborar con sus restos pócimas que vendía por grandes sumas de dinero a las clases pudientes de la ciudad. La sangre, la grasa, los cabellos y el esqueleto de sus indefensas víctimas eran la base de filtros, ungüentos y cataplasmas con supuestos poderes medicinales que los ricos compraban para consumir la temida tuberculosis.
Desde el principio estuvo demostrada, comprobada hasta la más indiscutible certeza, la existencia de hechos delictivos (secuestros, raptos, suplantación del estado civil, falsedad en documento público, etc.); pero sin ninguna prueba de asesinatos. Existían presunciones, hasta indicios quizás, de que hubiera cometido uno o varios infanticidios; mas ningún dato evidente que no diera lugar a dudas había llegado a conocerse: Estamos hoy, como hace algunos días, en la misma ignorancia acerca de los crímenes que la imaginación popular atribuye a Enriqueta Martí; crímenes que se presumen; pero que —es hora ya de decirlo— no se llegan a demostrar en modo alguno.
Todos temían que Enriqueta Martí muriera en uno de los reales o fingidos síncopes cardíacos que superaba o de sus chapuceros intentos de suicidio. La indignación popular continuaba suponiendo implicadas en este asunto a importantes personalidades por lo que de exageración en exageración se ha llegado a creer y a propalar entre ciertas gentes que había decidido interés en eliminar a Enriqueta, en “quitarla de en medio” para que no hable y, por tanto, para que no aparezca la responsabilidad de esas personas. Hasta del rey Alfonso XIII se llegó a decir que bebía la sangre que le vendía como a sus demás clientes Enriqueta Martí para curarse de una enfermedad misteriosa.
El rumor de que era una intermediara en las monstruosidades atribuidas a individuos de la buena sociedad barcelonesa hizo que un periodista la emparentase con la misma Celestina, de la que también se decía y los untos y mantecas que tenía, es hastío de decir: Es indudable que los crímenes y delitos que haya cometido la Enriqueta Martí obedecen a ese curanderismo, seductora profesión para una legí¬tima nieta de la Celestina, hábilmente explotada —¡tantos años!— a despecho de las autoridades.
Los secuestros de Enriqueta Martí mantuvieron en vilo a la ciudad, a Cataluña y a España entera. La prensa local publicó durante un mes las novedades sobre el caso bajo los titulares: Un proceso sensacional, Secuestro de niños, Roba-niños, Crímenes contra la infancia. Su figura absorbió la atención general con aquella tiranía de los enigmas tenebrosos, de los desenlaces imprevistos que se solían creer reservados a la novela folletinesca o al melodrama de arrabal. El aforo del Palacio de Justicia resultó escaso para dar cabida a la multitud de profesionales y curiosos que lucharon por entrar durante el proceso. Por ello, la condenada Enriqueta Martí, la mujer de los misterios, pasó a la historia como la secuestradora de niños más famosa de España.
Pronto, al cabo aproximadamente de un mes, el asunto de la secuestradora aburrió a la gente. Pasado el primer momento de estupor por lo imprevisto del dictamen sobre el análisis de los huesos y el reconocimiento de Enriqueta, empezó a desvanecerse la creencia en los crímenes perpetrados por la procesada. La opinión reacciona, pues hasta ahora está comprobada la existencia de delitos; pero no de los crímenes en que se creía.
Enriqueta no podía vender sus pócimas fabricadas con las entrañas y la sangre de los niños por grandes sumas de dinero a las clases pudientes de Barcelona porque vivía en un ambiente de miseria. Podemos saber cómo se encontraba su último domicilio gracias a los periodistas que lo visitaron para saciar con su descripción la morbosidad del lector. Tras abrir una puertecilla sórdida, había que trepar veinte escalones para llegar a la estancia, en un ambiente misérrimo y un olor nauseabundo. Tras acceder al hogar de la vampira, el empapelado de su mejor salón se hallaba roto y lleno de rasguños. Había en él un sofá verde, por cuyo reps brotaban las tripas de lona y de lana. También se observaban montones de trapos y papeles por doquier. Al fondo estaba la alcoba. Todo era asqueroso en ella, colgando ropas hediondas de una percha. El corresponsal de ABC concluye después de visitar la casa: Jamás he contemplado nada tan miserable ni tan repulsivo.
Enriqueta Martí raptaba a los pequeños, de pobres familias también, para explotarlos en la mendicidad o venderlos a otros granujas que se dedicaran también a lo mismo que ella. Los tenía en su casa como si fueran gatos. Tras explotar las truculencias del suceso, los reporteros se atrevieron a publicar sus dudas sobre la autenticidad de aquel monstruo: El dictamen de los catedráticos y médicos forenses que examinaron los huesos hallados en los domicilios de Enriqueta, concluye afirmativamente que no son humanos.
Los forenses acabaron por contradecirse porque en los primeros momentos afirmaron que eran de niños, ¡de cuatro niños! (convirtiendo en necrópolis el patio de la casa), de seis a ocho años de edad, por lo que el comentarista de los infanticidios se preguntaba: ¿Es posible que un técnico, un doctor en medicina, confunda el cráneo de un conejo con el de un niño? La torpeza, la ignorancia, el error de los forenses, engañando a los reporteros de prensa, había enfadado al público. Cada día surgía un nuevo dato en el fantástico proceso que venía a echar por tierra las conjeturas que se iban formando con los conocidos anteriormente. Si en principio pusieron al público expectante con los esqueletos infantiles descubiertos, las correcciones posteriores de que eran de conejo, de pollo o de gato (como se hicieron eco diferentes crónicas periodísticas), acabaron con el retorcido entusiasmo.
Al caso de Enriqueta Martí se le exprimió hasta la última gota de sangre para obtener réditos económicos. Los mismos teatros de la avenida del Paralelo quisieron aprovecharse de los abundantes temas que la secuestradora les proporcionaba para provocar pesadillas en sus fieles espectadores. Así ya se anuncian en el Español y en el Apolo [teatros del Paralelo] dramas terroríficos sobre la niña secuestrada y otros incidentes de los misteriosos hechos descubiertos.
Ni los periodistas ni los novelistas, casi cien años después de que se fraguara la leyenda de Enriqueta Martí, han investigado para escribir su verdadera biografía, como demuestra este final en la cárcel que narran de la vampira: Pero al fin murió linchada por sus compañeras. Circuló antes la versión de que había sido envenenada. Porque Enriqueta sabía demasiado y era peligrosa para mucha gente. Enriqueta Martí murió linchada por sus compañeras de prisión en la cárcel Reina Amalia, aunque otra versión afirma que para entonces ya había sido envenenada.
Otra de tantas falsedades como demuestra la consulta de su obituario el día 12 de mayo de 1913: Ha muerto, a consecuencia de un cáncer en la matriz, la secuestradora Enriqueta Martí. La prensa comenzó a fantasear, a convertirla en un monstruo, en una superstar del crimen como Jack el Destripador. Y la hipérbole se representó en dos portadas de las revistas de Barcelona con graciosas caricaturas que explotaban mayormente su perfil de secuestradora. Hoy, casi cien años después, cuatro escritores han convertido en argumento de sus novelas el aspecto más fantástico y macabro de la vida de Enriqueta Martí. Buscando la verdad sobre la vampira, Pierrot publicó Los diarios de Enriqueta Martí: La vampira de Barcelona; Marc Pastor, La mala dona; Elsa Plaza, El cielo bajo los pies; y Fernando Gómez, El misterio de la calle Poniente. Todo un mito que ahora rompe las tablas de su ataúd y crece como una serpiente entre los cascarones de su huevo.
En el pozo de nuestra investigación, Enriqueta Martí se refleja como una pobre diablesa a quien el pueblo, los medios de comunicación y los plumíferos coronaron en el trono de un infierno que se habían inventado. Sin haber derramado ni bebido una gota de sangre humana, quedó convertida en una de las grandes estrellas rojas de nuestro vampirismo. Sus huellas han borrado la frontera entre ficción y realidad. Comidos por las ratas seguramente los 1.800 folios de que constaba su proceso, el fantasmal personaje se ha quedado anclado en el mundo de la novela.
N. del D.: El caso de Enriqueta Martí forma parte del libro “Vampirismo ibérico. Bebedores de sangre, sacamantecas y curanderos” escrito por Salvador García Jiménez y publicado por la editorial Melusina (www.melusina.com), con diseño de Miguel Brieva, y en "QdC". A todos ellos les agradecemos la cortesía de permitirnos su difusión.
Autor: Salvador García Jiménez
Catedrático de Lengua y Literatura y académico numerario de la Real Academia Alfonso X El Sabio
Entre los asesinos en serie españoles, la historia de Enriqueta Martí el "Monstruo de Barcelona" ocupa un lugar preferente con una biografía que parece el argumento de una película de terror.
Con la historia de Enriqueta Martí, sucedida realmente en la Barcelona de 1912, se podría componer un guión gore del cine más rabiosamente actual. Entre todos los ejemplares de nuestra fauna, ella destaca por ocupar con su biografía de leyenda una columna en la enciclopedia de los asesinos en serie. De los sobrenombres que le dedicaron (mala dona, bruja, sacamantecas, celestina...), se ha perpetuado con mayor fama el de vampira: La vampira del Raval, La vampira de Barcelona o La vampira del carrer Ponent.
Todo se inició con la misteriosa desaparición de la niña Teresita Guitart durante el anochecer del 10 de febrero de 1912 en la calle de San Vicente. El misterio se prolongaría por espacio de más de quince días. Caminaba de la mano de su madre cuando, en el momento en que se detuvo ésta para hablar con una conocida, la niña se alejó, siendo infructuosas las pesquisas que se realizaron para dar con su paradero. Se ofreció hasta un premio en metálico a la persona que llegase a averiguar el lugar donde la pobre criatura había ido a parar. No pocos la daban ya por muerta. Por fin, un martes se desvaneció el misterio que rodeaba la extraña desaparición.
En el piso de la calle de Poniente, número 29, vivía Enriqueta Martí en compañía de su padre, anciano de ochenta años, y de la niña de cinco años que había raptado. Su solitaria existencia era bastante sospechosa para la vecindad: ni se trataba con nadie, ni recibía visitas. Cuando salía por las mañanas iba astrosa, mugrienta, como una mendiga de la peor laya; y por las tardes, vestida de seda, con plumas en el sombrero. Un sábado, la vecina de su piso vio en el balcón de Enriqueta a una niña desconocida que jugaba con su supuesta hija y, como aquella noche y al día siguiente la oyese llorar, aprovechó la primera ocasión que se le presentó para preguntarle a Enriqueta quién era la cría. Tras dudar de la veracidad de las respuestas, su denuncia a la policía ayudó a descubrir a Teresita Guitart.
El aspecto casi ridículo que iba tomando el asunto comenzaba a fatigar a la opinión pública. La familia de Teresita Guitart había batido el récord de celebridad, llevando a su hija a todas partes como mono de feria: Anoche se dio en el teatro Tivoli una función a beneficio de Teresita, y, al presentarse en un palco, fue aplaudida; se exhibió después con su padre en el escenario y recorrió palcos y butacas recogiendo donativos.
La otra niña rescatada, Angelita, afirmó haber visto cómo mamá (así llamaba a Enriqueta, que se hacía pasar por su madre) había matado con un cuchillo a un niño de cinco años, llamado Pepito, en la mesa del comedor, como si Hansel y Gretel hubiesen tomado carne de realidad en este viejo folletín: Enriqueta convirtió la mesa del comedor en un matadero donde perdieron la vida sus inocentes víctimas. Si la secuestradora hubiese vivido en tiempos más remotos, hubiera tenido, sin duda, un amante a quien querría más que a Baquer: Herodes [Salvador Baquer, amante de Enriqueta Martí].
A partir de la puesta en prisión de la secuestradora de niños, Barelona iba a destapar uno de los episodios más macabros de su historia, tres años después de la sangre derramada en la represión de la Semana Trágica. Enriqueta Martí robaba niños en los mercados para prostituirlos y después los mataba para elaborar con su sangre mantecas y tuétanos, pócimas que compraban los burgueses para curarse de la tuberculosis (ella misma consumía sangre fresca en la creencia de que era fuente de eterna juventud).
Ni qué decir tiene que la fantasía del pueblo trabaja de firme y que los detalles en apariencia más insignificantes se convierten, al pasar por los labios de la gente, en otras tantas pruebas terroríficas, que adaptan maravillosamente las formas más extrañas y caprichosas.
La única verdad comprobada es prosaica: Enriqueta Martí (San Feliu de Llobregat, 1898 – Barcelona, 1913) ejerció la prostitución siendo adolescente, regentó un burdel, fue curandera, estuvo procesada por corrupción de menores y se casó con Juan Pujaló, pintor bohemio y herbolario. Éste decía que una vez, viendo una alcachofa, se le ocurrió pintarla, y entonces comprendió que tenía un artista dentro. Uno de los testigos del juicio que declaró en el proceso de Enriqueta Martí contaba que le trajo un día un cuadro de flores que daba miedo: Quería encajármelo a toda costa. Según la crónica negra que se iba forjando, ella asesinaba en el barcelonés barrio del Raval: secuestraba niños y bebés para matarlos y elaborar con sus restos pócimas que vendía por grandes sumas de dinero a las clases pudientes de la ciudad. La sangre, la grasa, los cabellos y el esqueleto de sus indefensas víctimas eran la base de filtros, ungüentos y cataplasmas con supuestos poderes medicinales que los ricos compraban para consumir la temida tuberculosis.
Desde el principio estuvo demostrada, comprobada hasta la más indiscutible certeza, la existencia de hechos delictivos (secuestros, raptos, suplantación del estado civil, falsedad en documento público, etc.); pero sin ninguna prueba de asesinatos. Existían presunciones, hasta indicios quizás, de que hubiera cometido uno o varios infanticidios; mas ningún dato evidente que no diera lugar a dudas había llegado a conocerse: Estamos hoy, como hace algunos días, en la misma ignorancia acerca de los crímenes que la imaginación popular atribuye a Enriqueta Martí; crímenes que se presumen; pero que —es hora ya de decirlo— no se llegan a demostrar en modo alguno.
Todos temían que Enriqueta Martí muriera en uno de los reales o fingidos síncopes cardíacos que superaba o de sus chapuceros intentos de suicidio. La indignación popular continuaba suponiendo implicadas en este asunto a importantes personalidades por lo que de exageración en exageración se ha llegado a creer y a propalar entre ciertas gentes que había decidido interés en eliminar a Enriqueta, en “quitarla de en medio” para que no hable y, por tanto, para que no aparezca la responsabilidad de esas personas. Hasta del rey Alfonso XIII se llegó a decir que bebía la sangre que le vendía como a sus demás clientes Enriqueta Martí para curarse de una enfermedad misteriosa.
El rumor de que era una intermediara en las monstruosidades atribuidas a individuos de la buena sociedad barcelonesa hizo que un periodista la emparentase con la misma Celestina, de la que también se decía y los untos y mantecas que tenía, es hastío de decir: Es indudable que los crímenes y delitos que haya cometido la Enriqueta Martí obedecen a ese curanderismo, seductora profesión para una legí¬tima nieta de la Celestina, hábilmente explotada —¡tantos años!— a despecho de las autoridades.
Los secuestros de Enriqueta Martí mantuvieron en vilo a la ciudad, a Cataluña y a España entera. La prensa local publicó durante un mes las novedades sobre el caso bajo los titulares: Un proceso sensacional, Secuestro de niños, Roba-niños, Crímenes contra la infancia. Su figura absorbió la atención general con aquella tiranía de los enigmas tenebrosos, de los desenlaces imprevistos que se solían creer reservados a la novela folletinesca o al melodrama de arrabal. El aforo del Palacio de Justicia resultó escaso para dar cabida a la multitud de profesionales y curiosos que lucharon por entrar durante el proceso. Por ello, la condenada Enriqueta Martí, la mujer de los misterios, pasó a la historia como la secuestradora de niños más famosa de España.
Pronto, al cabo aproximadamente de un mes, el asunto de la secuestradora aburrió a la gente. Pasado el primer momento de estupor por lo imprevisto del dictamen sobre el análisis de los huesos y el reconocimiento de Enriqueta, empezó a desvanecerse la creencia en los crímenes perpetrados por la procesada. La opinión reacciona, pues hasta ahora está comprobada la existencia de delitos; pero no de los crímenes en que se creía.
Enriqueta no podía vender sus pócimas fabricadas con las entrañas y la sangre de los niños por grandes sumas de dinero a las clases pudientes de Barcelona porque vivía en un ambiente de miseria. Podemos saber cómo se encontraba su último domicilio gracias a los periodistas que lo visitaron para saciar con su descripción la morbosidad del lector. Tras abrir una puertecilla sórdida, había que trepar veinte escalones para llegar a la estancia, en un ambiente misérrimo y un olor nauseabundo. Tras acceder al hogar de la vampira, el empapelado de su mejor salón se hallaba roto y lleno de rasguños. Había en él un sofá verde, por cuyo reps brotaban las tripas de lona y de lana. También se observaban montones de trapos y papeles por doquier. Al fondo estaba la alcoba. Todo era asqueroso en ella, colgando ropas hediondas de una percha. El corresponsal de ABC concluye después de visitar la casa: Jamás he contemplado nada tan miserable ni tan repulsivo.
Enriqueta Martí raptaba a los pequeños, de pobres familias también, para explotarlos en la mendicidad o venderlos a otros granujas que se dedicaran también a lo mismo que ella. Los tenía en su casa como si fueran gatos. Tras explotar las truculencias del suceso, los reporteros se atrevieron a publicar sus dudas sobre la autenticidad de aquel monstruo: El dictamen de los catedráticos y médicos forenses que examinaron los huesos hallados en los domicilios de Enriqueta, concluye afirmativamente que no son humanos.
Los forenses acabaron por contradecirse porque en los primeros momentos afirmaron que eran de niños, ¡de cuatro niños! (convirtiendo en necrópolis el patio de la casa), de seis a ocho años de edad, por lo que el comentarista de los infanticidios se preguntaba: ¿Es posible que un técnico, un doctor en medicina, confunda el cráneo de un conejo con el de un niño? La torpeza, la ignorancia, el error de los forenses, engañando a los reporteros de prensa, había enfadado al público. Cada día surgía un nuevo dato en el fantástico proceso que venía a echar por tierra las conjeturas que se iban formando con los conocidos anteriormente. Si en principio pusieron al público expectante con los esqueletos infantiles descubiertos, las correcciones posteriores de que eran de conejo, de pollo o de gato (como se hicieron eco diferentes crónicas periodísticas), acabaron con el retorcido entusiasmo.
Al caso de Enriqueta Martí se le exprimió hasta la última gota de sangre para obtener réditos económicos. Los mismos teatros de la avenida del Paralelo quisieron aprovecharse de los abundantes temas que la secuestradora les proporcionaba para provocar pesadillas en sus fieles espectadores. Así ya se anuncian en el Español y en el Apolo [teatros del Paralelo] dramas terroríficos sobre la niña secuestrada y otros incidentes de los misteriosos hechos descubiertos.
Ni los periodistas ni los novelistas, casi cien años después de que se fraguara la leyenda de Enriqueta Martí, han investigado para escribir su verdadera biografía, como demuestra este final en la cárcel que narran de la vampira: Pero al fin murió linchada por sus compañeras. Circuló antes la versión de que había sido envenenada. Porque Enriqueta sabía demasiado y era peligrosa para mucha gente. Enriqueta Martí murió linchada por sus compañeras de prisión en la cárcel Reina Amalia, aunque otra versión afirma que para entonces ya había sido envenenada.
Otra de tantas falsedades como demuestra la consulta de su obituario el día 12 de mayo de 1913: Ha muerto, a consecuencia de un cáncer en la matriz, la secuestradora Enriqueta Martí. La prensa comenzó a fantasear, a convertirla en un monstruo, en una superstar del crimen como Jack el Destripador. Y la hipérbole se representó en dos portadas de las revistas de Barcelona con graciosas caricaturas que explotaban mayormente su perfil de secuestradora. Hoy, casi cien años después, cuatro escritores han convertido en argumento de sus novelas el aspecto más fantástico y macabro de la vida de Enriqueta Martí. Buscando la verdad sobre la vampira, Pierrot publicó Los diarios de Enriqueta Martí: La vampira de Barcelona; Marc Pastor, La mala dona; Elsa Plaza, El cielo bajo los pies; y Fernando Gómez, El misterio de la calle Poniente. Todo un mito que ahora rompe las tablas de su ataúd y crece como una serpiente entre los cascarones de su huevo.
En el pozo de nuestra investigación, Enriqueta Martí se refleja como una pobre diablesa a quien el pueblo, los medios de comunicación y los plumíferos coronaron en el trono de un infierno que se habían inventado. Sin haber derramado ni bebido una gota de sangre humana, quedó convertida en una de las grandes estrellas rojas de nuestro vampirismo. Sus huellas han borrado la frontera entre ficción y realidad. Comidos por las ratas seguramente los 1.800 folios de que constaba su proceso, el fantasmal personaje se ha quedado anclado en el mundo de la novela.
N. del D.: El caso de Enriqueta Martí forma parte del libro “Vampirismo ibérico. Bebedores de sangre, sacamantecas y curanderos” escrito por Salvador García Jiménez y publicado por la editorial Melusina (www.melusina.com), con diseño de Miguel Brieva, y en "QdC". A todos ellos les agradecemos la cortesía de permitirnos su difusión.
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