miércoles, 18 de enero de 2012

La evidencia conductual y su relevancia en la investigación policial

“Los demonios me protegían, no tenía por qué temerle a la policía” David Berkowitz

Supongamos el caso de un triple homicidio. Tres personas aparecen asesinadas en su domicilio, cada uno en una habitación distinta, cada uno con una cantidad y calidad de heridas diferentes. La investigación policial buscará en un primer momento averiguar la identidad de las víctimas e indagará en su entorno para inferir el posible móvil de la agresión, con el que elaborar hipótesis sobre los principales sospechosos.

Al mismo tiempo, especialistas forenses tratarán de dar respuesta a las causas de la muerte de cada una de las víctimas, analizando sus heridas, datando en la medida de lo posible el momento en que se produjo, buscando indicios, vestigios o huellas que puedan haber sido dejados por el agresor o los agresores en la escena, etc., al objeto de proporcionar a los investigadores policiales datos concretos sobre lo que en el domicilio en cuestión sucedió y que serán utilizados para elaborar un teoría plausible y que, acompañada de indicios sólidos, podrá convertirse en una reconstrucción coherente del delito, identificando y deteniendo al presunto autor de los hechos y poniéndolo a disposición de la autoridad judicial.

Si los especialistas obtuvieran de la escena del delito huellas dactilares, perfiles de ADN que llevaran a los investigadores a identificar a un sospechoso al que le incautaran un arma que conserva indicios biológicos de las víctimas, así como otros efectos pertenecientes a éstas, además de vinculaciones directas en cuanto al móvil supuesto en la investigación, sustentado además todo el progreso de la investigación por la confesión del sospechoso al ser enfrentado a las evidencias, el caso será esclarecido plenamente. Es evidente que esta situación planteada en el ejemplo es ideal. Los hechos reales no siempre se dan en estos términos; sin embargo, el enfoque tradicional de la investigación policial tratará de seguir el citado esquema para intentar esclarecer cualquier delito, puesto que el método se ha declarado válido en la mayoría de los casos.

No obstante, siempre habrá un reducido número de delitos -que no por reducido será menos relevante- en los que el método tradicional será insuficiente para llegar al esclarecimiento total de lo ocurrido. Ante las dificultades, los investigadores redoblarán los esfuerzos en la realización de diligencias de investigación sobre las víctimas y su entorno, mientras que los especialistas forenses harán lo propio dentro de su campo en busca de un indicio que arroje algo de luz a lo ocurrido. El tiempo transcurre y el caso queda sin esclarecer. En estas situaciones, es pertinente considerar otro tipo de evidencias, como pueden ser las evidencias conductuales o psicológicas. Actualmente, la conciencia sobre el valor de las evidencias conductuales no es la misma que para las evidencias físicas. Se piensa que con éstas es suficiente para el esclarecimiento de los delitos y eso es cierto en un altísimo porcentaje de casos investigados; sin embargo, en muchos otros no resultan suficientes, teniendo en cuenta que los delincuentes perfeccionan cada vez más sus actuaciones y toman mayores medidas para evitar dejar muestras de sus actos.

Las evidencias conductuales o psicológicas (en adelante conductuales) son vestigios psicológicos que quedan reflejados en el modo en que el agresor cometió sus delitos o en cómo reacciona ante la investigación policial y que van desde el tipo de víctima elegida, la elección de los lugares donde abordarla y consumar la agresión, el tipo y orden de heridas o el modo en que declara ante los investigadores, por poner sólo unos ejemplos. La evidencia conductual es más sutil que la evidencia física, y fundamentalmente se detecta mediante la observación y la inferencia, mientras que la evidencia física, por su evidente naturaleza, requiere de procedimientos físicos de detección, recogida y análisis.

Como concepto, la evidencia conductual es cualquier acto u omisión indicativo de un patrón de conductas del autor del delito. La principal ventaja de este concepto frente al de evidencia física es que mientras que éstas pueden eliminarse, intencional o accidentalmente, las conductuales, no. El agresor puede usar guantes para evitar dejar huellas, pero sus acciones habrán provocado unas consecuencias a partir de las cuales inferir qué comportamientos realizó y qué pudo motivar esas acciones. Como desventaja queda el hecho de que el peso probatorio de las evidencias físicas frente a las conductuales es, sustancialmente, mucho mayor, de tal modo que podemos llegar a considerar a las evidencias físicas como un medio de prueba, mientras que las evidencias conductuales serán, fundamentalmente, una herramienta de investigación.

Siguiendo el ejemplo planteado al inicio de este artículo, serían evidencias conductuales el tipo, número y orden de las heridas infligidas a las víctimas o las diferencias entre esos patrones de heridas en cada una de las víctimas, de las que inferir, por ejemplo, a cuál de las víctimas pretendía el autor causar un mayor sufrimiento, a quién atacó en primer lugar y a quién en último; lo que, a su vez, puede llevar a elaborar determinadas hipótesis dirigidas a un tipo de agresor especialmente motivado.

Indudablemente, y al igual que las evidencias físicas, ninguna evidencia conductual puede analizarse aisladamente, puesto que todas ellas conforman un relato en el que cada variable depende de e influye en todas las demás, de tal modo que ese relato adquiere cierta coherencia. Pongamos por caso que en el citado domicilio se encuentran huellas de pisadas ensangrentadas atribuidas al autor de las muertes, pero no se encuentra ninguna huella en el exterior del domicilio. Podemos inferir, al menos, tres evidencias conductuales a partir de ese dato: primero, que se cambió de calzado antes de salir del domicilio utilizando algún calzado presente en el domicilio, lo que nos indicaría qué posibles números calzaría y su estatura consiguiente; que llevara su calzado protegido por algún tipo de funda que retiró al salir del domicilio o que portaba un segundo calzado consigo que sustituyó antes de marcharse, infiriéndose en estos dos últimos casos que el autor portaba un equipo adecuado a las acciones previstas; es decir, que había preparado meticulosamente su actuación para evitar dejar huellas, lo que resulta un indicador de su experiencia, de su inteligencia y de sus conocimientos en investigación forense.

Exactamente igual que la evidencia física, la conductual debe ser reconocida, identificada, recogida, documentada, individualizada, comparada y reconstruida para un tratamiento adecuado y conforme al método científico. Del mismo modo, todo investigador policial, independientemente de su especialidad, debe ser entrenado en la observación encaminada a la detección de evidencia conductual, al objeto de -una vez detectada- documentarla de tal modo que le permita realizar inferencias válidas que sustenten teorías fuertes acerca de los hechos investigados.


Las fuentes de evidencia conductual más comunes son:

- Las que se extraen de las declaraciones de víctimas, testigos y sospechosos, que se recomienda que sean grabadas en soporte audiovisual para su análisis repetido y exhaustivo.

- La información derivada de la documentación recogida acerca de la escena del delito, como mapas, croquis, fotos, vídeo.

- La información conductual derivada de las evidencias físicas existentes y su documentación en foto y vídeo.

- Las heridas de la víctima y su documentación.

- La victimología; es decir, ocupación de la víctima, actividad, biografía, edad, características físicas, etc.

Además, las evidencias conductuales se pueden clasificar en función de hacia qué tipo de actividad están orientadas, lo que resulta fundamental en los delitos violentos. Así, encontramos las evidencias conductuales orientadas a satisfacer fantasías o motivaciones personales y las orientadas a la ejecución exitosa del delito; es decir, dependientes del sello personal y del modus operandi, respectivamente.

Dentro de las evidencias conductuales orientadas a la satisfacción de fantasías tenemos:

- Generales: datos sobre la víctima, como su edad, historia, etc.; el lenguaje empleado por el agresor durante el hecho; los datos tomados de la escena que implican interacción entre humanos y que nos llevan a inferir qué aspectos tienen un significado especial para el agresor.

- Sexuales: golpes o caricias, actos sexuales en general, el orden en el que se llevaron a cabo, si hubo o no eyaculación, lo que nos lleva a inferir qué comportamientos son más relevantes y de qué modo para el agresor.

- Físicas: heridas a la víctima, naturaleza de la fuerza empleada, respuesta del agresor a la resistencia de la víctima, cautiverio e interacción durante el mismo, lo que nos lleva a inferir de modo similar al caso anterior.

Dentro de las evidencias conductuales orientadas al modus operandi tenemos:

- Localización: métodos de entrada, recorrido efectuado por el delincuente, lugar de salida, variables temporales del delito como la hora o el día, si se trata de una de abordaje o donde se comete el hecho o donde simplemente se abandona a la víctima, la secuencia de los hechos acaecidos, el tipo de lugar (edificio, solar, vehículo), riesgo para la víctima para llegar a serlo o para el agresor para ser detenido o identificado, objetos adquiridos en la escena del delito o materiales dejados en la misma.


- Transporte: vehículos utilizados o la no utilización teniendo en cuenta si el hecho delictivo podría haberse cometido con o sin vehículo, la ruta tomada, la distancia recorrida, en su caso, desde la escena primaria, lugar de acometimiento, y la escena secundaria, lugar de comisión efectiva del delito y la escena terciaria, lugar de abandono de la víctima, si es el caso.

- Control de la víctima: tipo de ataque empleado (sorpresivo, con engaño), armas utilizadas, disfraces, conductas de disminución del riesgo a ser identificado (cubrir los ojos de la víctima, uso de preservativo).


Toda esta información es necesaria para realizar la reconstrucción del hecho delictivo investigado. La documentación completa, exhaustiva y adecuada acerca de la escena del delito es fundamental para ello. Los pasos a seguir para realizar la reconstrucción del hecho delictivo serían:

- Reconocer la evidencia: cualquier evidencia presente que no es reconocida supone una pieza del puzzle que no se recoge y sin ella no es posible elaborar una imagen coherente y completa del hecho que se investiga. Además, la ausencia de determinados datos puede llevar fácilmente a elaborar hipótesis equivocadas.

- Documentar la evidencia: es necesario para realizar los análisis pertinentes de las evidencias reconocidas en otros momentos y lugares adecuados y como soporte a emplear durante el proceso judicial.

- Recoger la evidencia: para su estudio y análisis mediante las técnicas adecuadas.

- Evaluar la evidencia: la evidencia es examinada para extraer de ella toda la información posible.

- Elaborar la hipótesis: se formula un relato sobre cómo pueden haber ocurrido los hechos.

Es importante tener en cuenta la sutileza de las evidencias psicológicas y que, en ocasiones, su relevancia estriba no tanto en lo que se observa sino, precisamente, en lo que no. Pongamos por caso un asaltante a un domicilio armado con un martillo que amordaza a uno de los moradores mostrando una actitud iracunda y amenazando con destruir la vida del propietario de la vivienda, pero que se marcha del lugar habiendo sustraído únicamente cierta cantidad de dinero en efectivo que se encontraba en la casa momentáneamente para efectuar un pago, sin haber cometido ningún daño en el resto de propiedades y enseres del lugar. Si asociamos la ira, la motivación de venganza y el ir armado con un martillo, lo esperable sería hallar destrozos provocados por el agresor; sin embargo, al no producirse ningún daño, la conducta manifestada no parece coherente con la conducta esperada. El investigador podría, en este caso, elaborar una hipótesis en el sentido de que quizá el asalto haya sido simulado por alguien del entorno familiar que sabía de la existencia de ese dinero únicamente para sustraerlo, con lo que las pesquisas policiales se dirigen hacia ese entorno en particular y no hacia el entorno personal, social o laboral de la persona amenazada.

En cualquier caso -y como se ha señalado anteriormente-, la detección de las evidencias conductuales requiere un adecuado entrenamiento y teniendo siempre en cuenta que estas evidencias funcionan esencialmente como generadoras de hipótesis acerca de lo ocurrido; son una herramienta de investigación que proporciona sugerencias que los propios investigadores deberán comprobar. Son, en definitiva, un complemento a los métodos tradicionales de investigación policial.

Autor: Juan Enrique Soto Castro
Inspector Jefe, Jefe de la Sección de Análisis de Conducta Unidad Central de Inteligencia Criminal de la Policía Nacional
Fuente: madridiario.es

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