Por José Cabrera Forneiro
Doctor en Medicina. Especialista en Psiquiatría y Medicina Legal. Diplomado en Criminología y Salud Pública.
Esta vez contamos con un artículo de nuestro querido Dr. Cabrera , gran profesional donde los haya , que con un lenguaje sencillo hace que el resto de gente "normal" sepa entender claramente sus ideas y conocimientos.
Mientras en el mundo animal los límites están claros y los delimitan los instintos, en el ser humano los límites se desdibujan como si no existieran, de hecho la historia ha dado muestras más que suficientes de las anormalidades, extravagancias y actos criminales cometidos por diferentes individuos de la especie humana.
Pero cuando un hombre cercano a nosotros, austriaco para más señas, con una apariencia normal, estudios y una vida apacible "exteriormente", se destapa como un secuestrador, agresor sexual de su propia hija y maltratador reiterado durante más de dos décadas las explicaciones se quedan cortas, y nace en nosotros una incontrolable aversión que exige medidas excepcionales.
No cabe duda que los psiquiatras austriacos que estudiarán a este sujeto, no me apetece decir siquiera un nombre propio, encontrarán una mente inteligente y culta, con un diálogo coherente y sentado, en una personalidad que distingue el bien del mal y lo justo de lo injusto, pero tampoco me cabe duda que en ese análisis que se hará por imperativo judicial, encontrarán también una carencia de afectividad y de censuras morales, así como una grave perversión de la sexualidad y una grave inmadurez del núcleo de la personalidad. ¿Y esto porqué?
Porque ya sabemos a estas alturas de las andanzas de nuestro hombre en sus viajes "sexuales" a Tailandia, sus distintas denuncias por acoso y molestias a personas del sexo femenino y así un largo etcétera que iremos descubriendo poco a poco. Y porque no es posible explicar una conducta como la presente sin definir detrás una personalidad anormalmente constituida cuyos orígenes habría que buscarlos quizás en su propia educación, o en alguna base biológica.
El cerebro humano nace con una información simplemente hereditaria que posteriormente se conforma con la experiencia, la información y el afecto que ese cerebro recibe en la primera infancia especialmente, de tal manera que esta infancia es "el patio en el que jugaremos el resto de nuestra vida". En el caso de este agresor su conducta fue básicamente de posesión por la fuerza de los suyos a manera de "ganado", y la práctica sobre ellos de una "autoridad perversa" que nacía sin duda de esa carencia de afectividad o lo que es lo mismo de un exceso de "egoísmo carnal" sin controles ni censuras.
El caso pues que nos ocupa, nada tiene que ver por lo tanto con la enfermedad mental, trastornos graves que hacen sufrir a quien los padece, y a sus allegados, y que obligan al enfermo a abandonar la "realidad" por imposición de graves alteraciones endógenas, y que cuando cometen un acto criminal en la inmensa mayoría de ocasiones o no tomaban la medicación, o no eran seguidos por los dispositivos sanitarios.
Aquí el asunto es más grave porque desde un cerebro intelectualmente bien conformado, pero carente de unos criterios de calor humano y de discernimiento moral, la conducta es "bárbara", pero "escondida" por la seguridad de que no se ajusta a la norma social y legal, y se inserta en una sociedad anestesiada y que mira hacia otra parte ante cosas que alguna sospecha debían levantar.
Nuestro perverso autor fue capaz de mantener una "doble vida" porque poseía la inteligencia fría necesaria y la ausencia de conciencia pertinente, y añadió a este cuadro el desprecio por el interés de los suyos ya que primaba su propio anómalo interés, y así las cosas lo que empezó siendo un "divertimento delictivo malsano" se convirtió en una forma de vivir que le ahorraba otros acosos u otros viajes "sexuales".
En casos como el presente, excepcionales afortunadamente, uno como ciudadano y como psiquiatra se plantea una pregunta que siempre ha arrastrado el hombre, ¿no estaremos tecnificando demasiado la conducta humana? Y en estas ocasiones deberíamos hablar simplemente de "maldad". No tengo respuesta para esto.
Nuestro agradecimiento al Dr. Cabrera por su amabilidad y colaboración.
Pero cuando un hombre cercano a nosotros, austriaco para más señas, con una apariencia normal, estudios y una vida apacible "exteriormente", se destapa como un secuestrador, agresor sexual de su propia hija y maltratador reiterado durante más de dos décadas las explicaciones se quedan cortas, y nace en nosotros una incontrolable aversión que exige medidas excepcionales.
No cabe duda que los psiquiatras austriacos que estudiarán a este sujeto, no me apetece decir siquiera un nombre propio, encontrarán una mente inteligente y culta, con un diálogo coherente y sentado, en una personalidad que distingue el bien del mal y lo justo de lo injusto, pero tampoco me cabe duda que en ese análisis que se hará por imperativo judicial, encontrarán también una carencia de afectividad y de censuras morales, así como una grave perversión de la sexualidad y una grave inmadurez del núcleo de la personalidad. ¿Y esto porqué?
Porque ya sabemos a estas alturas de las andanzas de nuestro hombre en sus viajes "sexuales" a Tailandia, sus distintas denuncias por acoso y molestias a personas del sexo femenino y así un largo etcétera que iremos descubriendo poco a poco. Y porque no es posible explicar una conducta como la presente sin definir detrás una personalidad anormalmente constituida cuyos orígenes habría que buscarlos quizás en su propia educación, o en alguna base biológica.
El cerebro humano nace con una información simplemente hereditaria que posteriormente se conforma con la experiencia, la información y el afecto que ese cerebro recibe en la primera infancia especialmente, de tal manera que esta infancia es "el patio en el que jugaremos el resto de nuestra vida". En el caso de este agresor su conducta fue básicamente de posesión por la fuerza de los suyos a manera de "ganado", y la práctica sobre ellos de una "autoridad perversa" que nacía sin duda de esa carencia de afectividad o lo que es lo mismo de un exceso de "egoísmo carnal" sin controles ni censuras.
El caso pues que nos ocupa, nada tiene que ver por lo tanto con la enfermedad mental, trastornos graves que hacen sufrir a quien los padece, y a sus allegados, y que obligan al enfermo a abandonar la "realidad" por imposición de graves alteraciones endógenas, y que cuando cometen un acto criminal en la inmensa mayoría de ocasiones o no tomaban la medicación, o no eran seguidos por los dispositivos sanitarios.
Aquí el asunto es más grave porque desde un cerebro intelectualmente bien conformado, pero carente de unos criterios de calor humano y de discernimiento moral, la conducta es "bárbara", pero "escondida" por la seguridad de que no se ajusta a la norma social y legal, y se inserta en una sociedad anestesiada y que mira hacia otra parte ante cosas que alguna sospecha debían levantar.
Nuestro perverso autor fue capaz de mantener una "doble vida" porque poseía la inteligencia fría necesaria y la ausencia de conciencia pertinente, y añadió a este cuadro el desprecio por el interés de los suyos ya que primaba su propio anómalo interés, y así las cosas lo que empezó siendo un "divertimento delictivo malsano" se convirtió en una forma de vivir que le ahorraba otros acosos u otros viajes "sexuales".
En casos como el presente, excepcionales afortunadamente, uno como ciudadano y como psiquiatra se plantea una pregunta que siempre ha arrastrado el hombre, ¿no estaremos tecnificando demasiado la conducta humana? Y en estas ocasiones deberíamos hablar simplemente de "maldad". No tengo respuesta para esto.
Nuestro agradecimiento al Dr. Cabrera por su amabilidad y colaboración.
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