Autor: Roberto Carro Fernández
En un post anterior (De las crestas papilares (I)) vimos que, hoy por hoy, podemos decir que no existen dos huellas idénticas.
Resumiendo, similitudes sí, pero no igualdades; y ello era debido a la carga genética, por un lado, y al ambiente que rodeaba al nasciturus en los primeros meses de vida intrauterina, por el otro. Esta aseveración es así y prueba de ello es que las policías de todo el mundo se están gastando una cantidad ingente de dinero en sistemas de identificación basados en las crestas papilares.
tiliza el patrón dactilar para sus fines. Lógicamente este modelo se adapta a los nuevos tiempos y, dejando atrás la tinta tipográfica, se llena de tecnología y asume la técnica biométrica como ciencia en la que apoyarse. Después de un siglo y medio, la necesidad que tuvo entonces William Herschel, se ha perfeccionado tecnológicamente para dar respuesta a otra que ya está ampliamente globalizada, y con el sustrato científico que entonces le pudo faltar a aquél.
De cualquier modo, también fue su mérito el sentar las bases del principio general de la práctica científica, según el cual la duplicación o repetición de los procedimientos y de sus conclusiones tienen validez probatoria. A eso vamos. Al pobre William se le planteó un problema el día que lo nombraron Gobernador de Bengala, y tuvo que administrar las pagas de jubilación de la soldadesca hindú, viendo que éstos reincidían en su pretensión de cobrar dos veces haciéndose pasar por otra persona. Para ello aplicó su experiencia de haber observado la impresión de su dedo índice con un intervalo de veinticinco años, habiendo concretado que el dibujo papilar se mantenía idéntico en todo este período. Probablemente había descubierto dos de las principales características de las crestas papilares: la perennidad y la inmutabilidad. Es decir, son perennes porque nacen y se van con nosotros, y son inmutables porque se mantienen invariables en forma, tamaño y disposición, aunque accidental o intencionadamente, se cause un traumatismo sobre ellas. Aunque esto último no es del todo cierto, porque si el traumatismo alcanzara la capa más profunda de la piel, esto es, la capa alta de la dermis, afectaría a las papilas de las que ya hemos hablado, y entonces no se regenerarían, y si lo hiciesen no serían idénticas a las primigenias. Por otro lado, decir que en el supuesto traumático quedaría un tejido cicatrizal escleroso que tendría validez identificativa por sí misma.
Y, por cierto, ya que hemos hablado de antigüedad al referir los veinticinco años de Herschel, es obligado citar otro experimento similar llevado a cabo por el antropólogo alemán Welker, quien, a la edad de 34 años –corría el año 1856- registró su huella palmar para cotejarla cuando cumplió los 75 años, encontrando una identidad absoluta. Habían pasado cuarenta y un años. Y otra cosa más, con esto queda dicho que no sólo tiene poder identificativo la huella dactilar (la que se asienta en la falange distal de las yemas de los dedos) sino que también las palmares (relieves epidérmicos asentados en las palmas de la mano; quiroscopia) y con ellas, las plantares ( relieves epidérmicos asentados en las plantas de los pies; pelmatoscopia).
La otra característica que cierra la trilogía de las crestas papilares, es que son diversiformes. En la actualidad los gabinetes de identificación trabajan con un número más o menos tasado de relieves (puntos característicos y morfología general de la cresta) cuya forma, dirección y situación -en cantidad y calidad suficientes- avalan la identificación dactilar biométrica como una conclusión absoluta. Lo que quiere decir que no hay base para conclusiones probables basadas en juicios personales, teniéndose en cuenta, eso sí, los márgenes de tolerancia aceptables, que deberán ser justificados por los especialistas en su conclusiones finales, umbrales de tolerancia…, etc.
Con los dedos se estudian las características particulares e individuales que presentan las crestas papilares; como hemos dicho: morfología general de las crestas y puntos característicos; pero aún hay más. Y es que, cuando se aborda el estudio de la dactiloscopia, se plantea como auxiliar de aquélla, la poroscopia, o lo que es lo mismo: “técnica de identificación biométrica que tiene por objeto el estudio del número, situación y forma de los poros o glándulas sudoríparas asentadas en las crestas papilares”. Ahora sí, podemos decir que la dactiloscopia es lo más parecido a un sistema de identificación integral y seguro, cuya clave de acceso la proporciona nuestro propio cuerpo.
Como siempre nuestro agradecimiento a Roberto Carro y a Carlos Pérez Vaquero por su apoyo y colaboración.
Resumiendo, similitudes sí, pero no igualdades; y ello era debido a la carga genética, por un lado, y al ambiente que rodeaba al nasciturus en los primeros meses de vida intrauterina, por el otro. Esta aseveración es así y prueba de ello es que las policías de todo el mundo se están gastando una cantidad ingente de dinero en sistemas de identificación basados en las crestas papilares.
“Ladran los perros, eso quiere decir que cabalgamos, amigo Sancho”. Pero las posibilidades que dan estas formas caprichosas, no sólo se centran en el mundo de la identificación criminal (identificación de detenidos, identificación de víctimas en atentados terroristas, e identificación de huellas recogidas en el escenario del crimen); pues, también la identificación civil (identificación a través del DNI, identificación de cadáveres, personas desaparecidas y accidentados, identificación de recién nacidos y para el control de acceso a fronteras) o la identificación privada (controles de acceso a zonas restringidas, laboratorios, ordenadores, cajas de caudales…, etc.)
tiliza el patrón dactilar para sus fines. Lógicamente este modelo se adapta a los nuevos tiempos y, dejando atrás la tinta tipográfica, se llena de tecnología y asume la técnica biométrica como ciencia en la que apoyarse. Después de un siglo y medio, la necesidad que tuvo entonces William Herschel, se ha perfeccionado tecnológicamente para dar respuesta a otra que ya está ampliamente globalizada, y con el sustrato científico que entonces le pudo faltar a aquél.
De cualquier modo, también fue su mérito el sentar las bases del principio general de la práctica científica, según el cual la duplicación o repetición de los procedimientos y de sus conclusiones tienen validez probatoria. A eso vamos. Al pobre William se le planteó un problema el día que lo nombraron Gobernador de Bengala, y tuvo que administrar las pagas de jubilación de la soldadesca hindú, viendo que éstos reincidían en su pretensión de cobrar dos veces haciéndose pasar por otra persona. Para ello aplicó su experiencia de haber observado la impresión de su dedo índice con un intervalo de veinticinco años, habiendo concretado que el dibujo papilar se mantenía idéntico en todo este período. Probablemente había descubierto dos de las principales características de las crestas papilares: la perennidad y la inmutabilidad. Es decir, son perennes porque nacen y se van con nosotros, y son inmutables porque se mantienen invariables en forma, tamaño y disposición, aunque accidental o intencionadamente, se cause un traumatismo sobre ellas. Aunque esto último no es del todo cierto, porque si el traumatismo alcanzara la capa más profunda de la piel, esto es, la capa alta de la dermis, afectaría a las papilas de las que ya hemos hablado, y entonces no se regenerarían, y si lo hiciesen no serían idénticas a las primigenias. Por otro lado, decir que en el supuesto traumático quedaría un tejido cicatrizal escleroso que tendría validez identificativa por sí misma.
Y, por cierto, ya que hemos hablado de antigüedad al referir los veinticinco años de Herschel, es obligado citar otro experimento similar llevado a cabo por el antropólogo alemán Welker, quien, a la edad de 34 años –corría el año 1856- registró su huella palmar para cotejarla cuando cumplió los 75 años, encontrando una identidad absoluta. Habían pasado cuarenta y un años. Y otra cosa más, con esto queda dicho que no sólo tiene poder identificativo la huella dactilar (la que se asienta en la falange distal de las yemas de los dedos) sino que también las palmares (relieves epidérmicos asentados en las palmas de la mano; quiroscopia) y con ellas, las plantares ( relieves epidérmicos asentados en las plantas de los pies; pelmatoscopia).
La otra característica que cierra la trilogía de las crestas papilares, es que son diversiformes. En la actualidad los gabinetes de identificación trabajan con un número más o menos tasado de relieves (puntos característicos y morfología general de la cresta) cuya forma, dirección y situación -en cantidad y calidad suficientes- avalan la identificación dactilar biométrica como una conclusión absoluta. Lo que quiere decir que no hay base para conclusiones probables basadas en juicios personales, teniéndose en cuenta, eso sí, los márgenes de tolerancia aceptables, que deberán ser justificados por los especialistas en su conclusiones finales, umbrales de tolerancia…, etc.
Con los dedos se estudian las características particulares e individuales que presentan las crestas papilares; como hemos dicho: morfología general de las crestas y puntos característicos; pero aún hay más. Y es que, cuando se aborda el estudio de la dactiloscopia, se plantea como auxiliar de aquélla, la poroscopia, o lo que es lo mismo: “técnica de identificación biométrica que tiene por objeto el estudio del número, situación y forma de los poros o glándulas sudoríparas asentadas en las crestas papilares”. Ahora sí, podemos decir que la dactiloscopia es lo más parecido a un sistema de identificación integral y seguro, cuya clave de acceso la proporciona nuestro propio cuerpo.
Como siempre nuestro agradecimiento a Roberto Carro y a Carlos Pérez Vaquero por su apoyo y colaboración.
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